"Cuenta la leyenda que una vez, hace mucho tiempo, hubo un
rey moro que se enfrentaba a las tropas cristianas en los alrededores del lugar
donde se unen los ríos Guadalete y Majaceite. Tras una gran batalla, el rey
Moro se vio obligado a huir junto con sus tropas al lugar en el que les
aguardaban las mujeres, sus niños, y todas sus pertenencias. Este lugar no era
otro que una cueva, una antigua mina, que según decían ya por aquellos tiempos,
habían sido cavadas antes incluso de la llegada de los romanos, en un monte
conocido como Casina. En aquel lugar se vieron pues obligados a encerrarse con
una gran roca, pues el enemigo los aguardaba fuera.
Así pasaron los días, y aunque no faltaba el agua gracias a
la que brotaba por algunas de las paredes, la comida empezó a escasear: primero
las frutas y las verduras, y más tarde las gallinas, las vacas, cabras y
ovejas… Y viéndose en aquella situación dentro de la oscuridad de la cueva, los
soldados preguntaron al rey moro que si podían comerse los cerdos que llevaban
con ellos, y éste les contestó que de ninguna manera permitiría que se comieran
esos animales, pues era la ley de Alá.
Tras muchas semanas de asedio a la cueva, los cristianos
consiguieron abrir la entrada a la cueva y encontraron un panorama dantesco:
todos los moros que entraron en ella habían muerto, sin duda de hambre, pero
sin embargo no se habían comido a los cerdos que habían llevado consigo.
Por eso, según cuentan, el alma del rey moró no encontró
descanso al dejar morir a su gente por no comerse a los cerdos. Desde entonces,
en las noches oscuras de luna nueva, se pueden oír los pasos de un caballo al
galope, y dicen que si sales a la calle verás que se trata del Moro de Casina,
y que te hará una simple pregunta: ¿quieres cerdo? Si dices que no, marchará
por donde vino, pero si la respuesta es que sí, te maldecirá y tu alma vagará
por esas tierras hasta el fin de los tiempos."
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