sábado, 18 de febrero de 2012

Aún recuerdo cierta historia


Como este fin de semana no ando excesivamente bien de tiempo que digamos, voy a comenzar la sección literaria, en la que os traeré escritos, ya sea en prosa o en verso, hechos por mí. Espero que valoréis que algunos, como el que hoy os traigo, los hice en torno a los 15 años. Sin más, os dejo con: Aún recuerdo cierta historia (las fotos que lo acompañan fueron tomada en la Ruta del Río del Bosque y en el Jardín Botánico de El Bosque, en el año 2006)


Aún recuerdo cierta historia que solía contarme un amigo de mis padres, una historia que solía contarme al acabar de cenar, una historia que marcó su infancia de forma permanente, una historia que decía así:
"Eran las ocho de la mañana en Argentina, y habíamos comenzado a desayunar. Era un buen día, de esos en los que se te anima el alma en cuanto te dejas envolver por la frescura del nuevo día. Pese a todo, yo sabía que algo extraño pasaría. Todo parecía muy natural, cuando una impertinente tranquilidad invadió el aire. No quedaban abejas en la primavera.
Cuando terminé de desayunar, cogí la maleta y salí a la calle. Para ir al colegio, seguí el camino de todos los días: salgo a la izquierda, la segunda calle a la derecha y dos veces más a la izquierda. A medio trayecto, me percaté de la existencia de una reja de acero que abría una brecha en un muro de ladrillo. Algo me llamó a acercarme. La reja estaba oxidada y roñosa, aunque sus formas rebuscadas te trasladaban a otra época. En la parte superior había forjada una inscripción en un extraño idioma:
Tras la reja se ocultaba un bosque. La curiosidad ante aquel nuevo e inesperado hallazgo, me llevó a descorrer el cerrojo y adentrarme en el bosque. Éste estaba formado por viejos árboles, casi sin matorrales. Entre las protuberantes raíces discurría un estrecho sendero. Aunque el bosque parecía muy vivo, con muchas verdes hojas y alguna solitaria y colorida flor, le faltaba brillo, estaba apagado. Cuando me di cuenta, había perdido de vista el muro con su reja. Tras un largo rato andando por el repetitivo bosque, estaba cansado y supongo que, como no encontraba el camino de vuelta, perdido.
No había visto ni oído un solo animal desde que crucé la puerta; ni el ladrido de un perro, ni el zumbido de una chicharra, ni el piar de un pájaro perdido entre las copas de los árboles ... Seguí andando, y empecé a oír el cantar, suave y cercano, de alguna pequeña corriente de agua. Lo seguí y llegué a un pequeño claro donde, justo en el centro, se situaba una fuente de agua cristalina, con majestuosas y horripilantes gárgolas situadas junto a ella, señalando a los cuatro puntos cardinales, coincidiendo con los cuatro caminos que llevaban al claro. Curiosamente, la estatua que daba al sur, a la Antártida, al continente de los fríos eternos, era de un tamaño algo mayor que las otras. Me senté en el borde del la fuente, probé el agua, fresca como ninguna otra que hubiese probado antes. Tras saciar la sed, descansé durante algún tiempo.
Cuando reemprendí la marcha seguí el camino del sur, para seguir en línea recta, pues había entrado en la cruceta por el norte. Así llegué a una zona del bosque más densa y salvaje, de oscuras sombras, que poseía algo maligno en su interior. Fue cuando sentí la presencia de alguien más en el bosque. El camino tornó hacia la derecha, y se internó en una gran hondonada. En lo más profundo de ésta, y desde mi posición privilegiada en lo alto, presencié una escena tan real como indeseable, que resaltaba entre el alumbrado de la arboleda: un hombre encorvado y cubierto por túnicas negras, clavaba un puñal a otro, como acicate que se clava en el lomo de un caballo. Tras un leve gemido expirado por el desafortunado y moribundo hombre al que acababan de arrebatar la vida, silencio, un silencio que envolvió la escena, desgarrando el aire y silenciando el viento.
Fue cuando se me escapó un pequeño suspiro y, como si le hubiesen descubierto, el asesino arrancó su arma teñida del fuego rojo de la vida y empezó a mirar en todas direcciones, y me vio. Vi en su cara la muerte, vi en su cara un terror que nunca había sentido y que nunca volveré a sentir, vi en su cara odio, vi en su cara desprecio, su cara ... De pronto, todo se oscureció, y ...
Eran las ocho de la mañana en Argentina, y habíamos comenzado a desayunar. Era un buen día... "


3 comentarios:

  1. De casualidad me he encontrado con este blog y créeme, me ha encantado. He visto todas las entradas, todas las fotos y a parte de ser precioso, este relato me ha dejado ya sin palabras.
    Muestras una gran sensibilidad y se nota que pones sentimiento en lo que escribes, que disfrutas de las cosas. Me he sentido hasta identificada contigo.

    Enhorabuena

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    1. Muchas gracias señorita Anónima!!! Es todo un placer ver que hay gente a la que le interesa lo que aquí hago con tanto esfuerzo en mis pocos ratos libres!!

      ¡Un abrazo y quedas invitada a pasarte siempre que quieras!

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    2. Ten por seguro que lo haré, ¡¡a ver con que más me sorprendes!!

      Espero con ganas la próxima entrada.

      :)

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